martes, febrero 25

Eyes on fire

Esa noche se hacía la luna llena, la había esperado con ansias. Al fin iba a poder escaparme al bosque para practicar. Cuando el reloj marcó la media noche tomé mi libro y el bolso, que con bastante anticipación había preparado. Tenía todo perfectamente calculado; nada podía salir mal.

Me adentré en las viejas calles de West Ellm, eran pocas las casas que tenían las luces encendidas, algunas descansaban y otras carecían de luz eléctrica; lo cierto es que la electricidad es un privilegio de la minoría.
Las calles de toscas, las fachadas en ruinas, los faroles consumiéndose, portones irritados y puertas descascaradas… West Ellm no se destaca por su belleza. Si bien el principal ingreso económico del país es el turismo, aquí la última vez que nos visitaron extranjeros fue para la inauguración del hotel “Paradiso”, el cual hoy forma parte de los edificios históricos y está en peligro de derrumbe. Éste se encuentra en el bosque.
En aquel entonces habían rutas que conducían al lujoso hotel, hoy llevan a ningún lugar, y muchas ya no existen. El hotel llevaba ese nombre porque aquello era todo un paraíso, el bosque perfectamente cuidado, la vista a las montañas, los paseos en canoa por el río y los chapuzones en las cataratas; el entorno ayudaba a una perfecta estadía. Un hermoso lugar para relajarse y desconectarse del mundo.
Hoy día nadie se anima a atravesar el bosque. Desde hace años la naturaleza crece sin límites, el río está sumamente contaminado debido a la planta de celulosa; que es la principal fuente de trabajo del pueblo. Y la última vez que un niño tuvo el coraje de bañarse en las cataratas, terminó un mes internado en el hospital del pueblo vecino, padecía de una infección en la piel.
Yo estoy en contra de esa maldita fábrica, lo único que hizo fue consumir mi pueblo, siempre digo que la destruiría con mis propias manos, pero luego agradezco que exista ya que gracias a ella todo el pueblo tiene para comer. Uno termina acostumbrándose a vivir con ello. Uno se acostumbra al constante olor putrefacto que habita en el aire.

Me enfrenté a mi última cuadra, podía ver al final de la calle las penumbras del bosque. Un escalofrío recorrió mi espalda y di un paso atrás. Tragué saliva y di un paso confiado al frente, había esperado esta noche, me había preparado y no me iba a acobardar. No tenía a que temerle. “Todo va a salir bien” intenté convencerme.
Saqué una vela de mi bolso y la encendí con un mechero, era mi única fuente de luz.
Con cautela me fui acercando a la boca del bosque.

En aquellas calles de piedras se me dificultaba caminar, aparte de tener las piernas temblorosas. De repente siento su mirada en mi nuca e inmediatamente todos mis vellos se paralizan como si de estática se tratase, no me atrevo a girar, apuro la marcha. “No tengo miedo, no tengo miedo” repetía en mi mente “todo va a salir bien, no hay nadie, no tengo miedo”. “No es él, no está aquí”.
El eco de mis pasos aturdía mis pensamientos, ya no estaba tan segura de lo que iba a hacer, quería dar marcha atrás para volver a la seguridad de mi hogar, pero tampoco tenía el coraje para enfrentar lo que había detrás de mí. Un susurro del viento rozó mi cuello, acarició mi brazo y abrazó la llama de la vela haciendo que esta se apague. Había quedado completamente a oscuras. No me detuve, seguí caminando recto hacia el bosque. Súbitamente otros pasos se acoplan al eco de los míos, pisadas firmes pero sin prisa. Mi corazón se aceleró y traté de controlar mi respiración, quería parecer calmada.
A medida que nos acercábamos al bosque sus pasos se hacían más firmes y el eco se agravaba en mi cabeza. En un temblor tomé el mechero y volví a encender la vela. Pero no me di vuelta, no tuve el valor.
“Moontah rey de todos los elementos, despeja el mal, disipa el miedo, dame coraje para terminar con lo prometido” oré tres, cuatro “Moontah rey de todos los elementos, despeja el mal, disipa el miedo, dame coraje para terminar con lo prometido” cinco veces, hasta que me llené de coraje y me di la vuelta. No había nadie.
Retomé mi camino con seguridad, Moontah quería que terminara mi cometido.

Una vez dentro del bosque, me dirigí hacia la orilla de las cataratas; no era tan difícil llegar allí, el camino era recto. Y, así como Hansel y Gretel dejaron migas de pan en el trayecto, yo fui dejando velas dentro de frascos de vidrio. Con otra diferencia, yo no me encontré con una casa de golosinas y la bruja precisamente no me quería comer.

Levanté la vista y tenía una hermosa proyección de la luna sobre mi cabeza, esta también se reflejaba en el estanque donde desembocan las cataratas. Encendí tres velas más y las puse en el suelo formando un triángulo. Dentro de ese triángulo dibujé un círculo de sal, simulando una tercera luna. “Tres veces tres” recordé. Me faltaba un último elemento.
Saqué de mi bolso tres cálices de plata y los coloqué en el suelo, formando un triángulo inverso al de las velas. Dentro de cada cáliz puse tres gotas de sangre de venado, y un pétalo de rosa, el cual luego incineré.
Mientras preparaba todo recitaba en forma de susurro el conjuro de preparación. “Todo va a salir bien” pensé mientras me colocaba en medio del círculo de sal y abría el libro en la página que tenía marcada.

Leí las primeras líneas del ritual, cerré los ojos y las repetí dos veces más. El viento empezó a soplar con fuerza. Supuse que lo estaría haciendo bien. Proseguí leyendo las siguientes líneas, pero un aullido me detuvo en seco. Acto seguido las velas se apagaron y quedé en penumbras. No podía asustarme, no podía salir del círculo sin finalizar el ritual; lo había leído tantas veces… comencé a recitarlo de memoria.
El viento soplaba cada vez más fuerte, hizo volar los cálices y las velas, la tierra y la sal me golpeaban en la cara pero yo seguía recitando: ¡MOONTAH, MOONTAH, MOONTAH! Grité. Esas eran las últimas palabras del ritual. Todo se calmó.
Pasaron varios minutos de silencio y lo supe; había fallado. Algo había salido mal. Me sentí muy decepcionada, me había preparado durante tanto tiempo que creía que iba a hacerlo bien. Tal vez no tenía la fuerza necesaria… tal vez Moontah no quería aceptar mi alma para convertirme en bruja.

Pero allí estaba él, lo sentí respirando en mi nuca. No sentí miedo, sabía a que venía. Esta vez no le iba a rezar a Moontah para que lo hiciera desaparecer, esta vez lo iba a enfrentar; si es que él se atrevía a mirarme.

-¿Qué quieres?- pregunté.

-A ti- contestó con su voz sombría y profunda como el vacío. Sus palabras hacían eco en mi corazón, el cual comenzó a palpitar desesperado. Mi cuerpo se debilitó y caí al piso, no esperaba que contestara con tanta seguridad. “Que quiere de mí”. –Tu misma has barajado las cartas de tu juego, en la hora justa y en el sitio correcto yo jugaré mi as.

-Esperarás en vano, no tengo nada que conseguir para ti –afirmé con rudeza

-Ya esperé suficiente, pero me lo tomo despacio, me gusta como alimentas mi llama -rió
-¿Tu llama? –pregunté con la voz casi inaudible.

-Todas esas pesadillas tuyas son mi alimento, tus pensamientos, tus deseos –su voz era sarcástica, disfrutaba hacerme sentir indefensa e ingenua.

Sentí sus manos en mis hombros, se apoyaban con pesadez pero al tacto era suave. Si bien muchas veces había sentido su presencia nunca me había comunicado con él, y mucho menos habíamos tenido contacto. Sí lo había visto una vez, através del espejo. Sabía que era él, lo sentía, lo conocía. Pero este encuentro era único. Me daba miedo, porque soy humana y todo aquello que desconozco me da miedo, pero tenía interés por saber más, me excitaba la idea de que una criatura extraña me estuviera persiguiendo, y que me quisiera “a mí”. ¿Qué quería de mí?, ¿Por qué me quería a mí?, ¿Quién era?, ¿Qué era?.

-Y no tengo miedo de tu poder robado –susurró en mi oído. Estaba a mis espaldas, sus manos comenzaron a descender lentamente desde mis hombros, ardiendo cada partícula de mi piel que se sometía a su tacto. Por alguna razón aquello no me causaba molestia alguna, al contrario, su voz me tranquilizaba, y su extraña suavidad era placentera. –Veo a través de ti cualquier hora, conozco toda tu historia, cada segundo de tu vida.
Sus manos tomaron las mías y aquella reacción quemó todos los cables de mi cuerpo e hizo interferencia. Por unos momentos mi cerebro no funcionó, no respiré, por unos minutos morí.
Fue allí que fui consciente del poder de aquella criatura desconocida, con apenas tomar mi mano pudo detener mi corazón. Pero no me mató… tal vez mi alma no era lo que él buscaba.

-¿Q… Q… Qué eres? –tartamudeé 

-Shhhh… -tapó mi boca con su mano izquierda, mientras que con la otra sujetaba mi cintura y me acercaba a su cuerpo. Sentí el peso de su cuerpo en mi espalda, percibí la forma de su pecho y abdomen. Tal y como lo recordaba… Gallardo. –Una palabra más y no sobrevivirás.- Aquello me hizo difuminar todas mis fantasías. Y el miedo nuevamente se apoderó de mí.

No sabía que quería de mí, y en ese momento por primera vez me sentí infinitamente humana. Ante la incertidumbre de un futuro, un mañana, una hora después. La pura inseguridad, un paso en falso y el abismo, la vida que juega a columpiarse entre dos mundos. Me sentí pequeña e insignificante, me sentí nada. Eso somos los humanos, nada. “Todo lo que somos es polvo en el viento”.

-Tu columna está ardiendo –susurró deslizando su dedo índice por mi columna. Esto hizo que me estremeciera por completo. Me tenía en sus brazos, era suya. Si eso era lo que buscaba, lo había conseguido. Le pertenecía completamente. Todo mi cuerpo lo sabía, no había nada que pudiese hacer, aquella misteriosa criatura me había poseído.


“Ojos en el fuego” dijo. Estas fueron las últimas palabras que recuerdo de mi inmortalidad. Así fue como él bebió de mis deseos, ardió mi alma y quemó mi cuerpo. Hoy solo soy polvo en el viento. En cada luna llena renazco para danzar a Moontah.

Consejo: nunca mires a un/a ménade a los ojos.

miércoles, enero 1

Gotas de ángel

La brisa de ángel entra por mi ventanal, suspiro y la tomo en mis manos, no es más que un soplo de vida. Inhalo su fragancia pura, y endulza mis latidos.
Salto de la cama, corro la cortina y la veo, rociando mis sueños, ahogando mis males. Me mira, acaricia mi mejilla y da varias vueltas como el tiempo. Susurra un alado sonido a mi oído. Tomo su mano y me elevo.
Cruzando el cielo armo rompecabezas entre las nubes, acaricio el crepúsculo con mi pupila, la sigo, me guía. Bailamos, cantamos.
A su lado no hay dolor, ella me convierte en pluma, suavemente eterna como su corazón, invisible como mis raíces.

Me guía hacia un bosque y en un estruendo de dragones… caigo.
Caigo.
Caigo.

Toco la superficie con la curva de mi alma y desciendo al mar profundo. Grito, me ahogo. Luego recuerdo, soy agua, soy fuego, soy pluma.
Tomo su mano y me elevo. Ríe y hace que las estrellas la miren, tan hermosa… tan pura…
La luna me balancea, atravieso la ventana y caigo en mi cama. Ella se despide tan dulce como siempre.

Hace tanto no veía llover…

domingo, diciembre 22

Alas de sangre

Plumiferos con alas de sangre,
vidrios deshilachados,
el crujir de los huesos que se arrastran
en busca de un cajón.

Retumba el chillido de fuego
caen estacas de vidrio
y comienza la batalla.
Allí donde la muerte lucha con sí misma.

Gallinas que corren
cerdos que largan un olor estupefacto
y las cucarachas que antes dominaban
hoy se retuercen de dolor.

El cielo llora color escarlata
los pájaros caen como misiles directo al corazón,
solo llevan un mensaje,
el sonido del más allá.

Corazón de ceniza

Es fuego que quema el alma, y con cada beso nace el fénix que despliega sus alas dentro de mí. En un místico vuelo hace libre mi palpitar, se eleva y danza sobre nosotros. Nos rocía de un polvo brillante, y con su cola de fuego acaricia mis mejillas para luego posarse en su pecho. Quema, pero no duele ni me consume. 
Cuando el tiempo y el espacio suenan, abro los ojos, para ese entonces el fénix vuelve a reposar en las cenizas de mi pecho. Cenizas que me dan vida, que impulsa mi sangre y se asemejan a las estrellas. Miro sus ojos de fuego, sonrío, tomo su mano y seguimos caminando. 

Soy un alma de fuego, vivo de las llamas que en mí enciendes. Te amo por ser mi suspiro de vida y por dejarme arder juntos.

martes, agosto 6

Fénix

Es un choque electromagnético de plumas
que se queman ante el roce;
ambas almas danzan en el aire
improvisando un ritual al sol.
Cubren de cielo al césped,
pintan con cerezas al corazón, 
encienden una llama en su interior
y de estas cenizas resucita la mariposa,
se reproduce y los rodea, los eleva.
Tocan las nubes, saborean las estrellas.

Encadenados están 
por un hilo rojo
invisible.

Invisible es el aroma
que impregna sus siluetas.
Invisible es el rastro, 
son las huellas que la luna persigue.
Ella los persigue, los espía
se alimenta de su magia
y bebe de ellos el amor.

Son estrellas que se acoplan para brillar más,
para ellos, es mucho;
para los demás, no es nada.
Son absurdos meteoritos, nada elegante.

¿Acaso nadie lo ve?
se necesitan, 
así como una rosa necesita de sus pétalos.

Lo más hermoso, lo más esencial
es invisible a los ojos.
Ellos no lo ven, pero saben que está allí
no necesitan ver para creer
que eso que allí tienen
eso que brota entre ambos,
es amor.

Son plumas inexpertas,
complementan al fénix.

Arden.

Aman.

jueves, junio 6

Una excusa para no vivir...

¿La felicidad? eso es solo una excusa para no disfrutar la vida día tras día, minuto tras minuto, segundo tras segundo. Es una simple excusa para no fijarse en los pequeños detalles que hacen los momentos perfectos. Es la triste manera de dar un porque, una explicación, a nuestro apuro rutinario. Todos corremos, hacemos tantas cosas como nuestro cuerpo resista en tiempos limites, ¿para que?. Todos nos apuramos para llegar, ¿para llegar a donde?. 
La meta de todo humano es ser feliz, por eso corremos, y dejamos pasar la vida bajo nuestros pies, que caminan perdidos dejando huellas que se borrarán con el tiempo.
¿Y si al final la felicidad es solo una palabra?

martes, junio 4

"Intramuros"

Las nubes grises formaban parte del paisaje cotidiano en aquella cárcel y el sol nunca había pasado por Treblinka, era como si los esquivara porque le daba miedo iluminarlos, y siendo sinceros ¿a quien no le daría miedo pasarse por allí?.
La luna era la única que les hacía compañía, pero a nadie le causaba admiración ya que estaban acostumbrados a tenerla en el cielo todo el día. Aunque no se pudiese distinguir el día de la noche, los profesores les habían enseñado que con el reloj podían saber cuando era de día y cuando era la hora de dormir. Los horarios eran muy estrictos, tenían un horario para todo y quien no lo cumplía recibía un castigo.
El tiempo… el tiempo era lo único libre en Treblinka, aunque de todas formas actuaba rutinariamente, corriendo de minuto a minuto sin darles un respiro, arrebatándoles la vida con cada paso. Allí todos eran como los relojes, rutinarios y aburridos.

Charlotte estaba cansada de todo. Había algo en ella que la distinguía del resto, y era que Charlotte no había nacido dentro de aquellas terroríficas y fuertes paredes como todos los demás, ella había nacido detrás de esas puertas de bronce por lo tanto conocía el mundo real; conocía el sol y la libertad.
Desde que sus padres la abandonaron allí había sido el punto de burla de todos sus compañeros, por ser, actuar y pensar diferente a ellos, pero Charlotte siempre tuvo la suficiente fuerza como para soportarlo todo aunque a veces tenía muchas ganas de huir.
Charlotte tenía una gran intriga por la vida, era la única que se hacía preguntas filosóficas, la única que admiraba a la luna y extrañaba el calor del sol; era la única viva allí adentro. A pesar de que los profesores y demás adultos de la institución se esforzaban por robarles el alma y apagarles la consciencia, ella era un caso especial, era la única a la que no habían podido apagar.
Al contrario, Charlotte estaba más viva que nunca y soñaba con que algún día iba a escapar de ese lugar. Solía pasar las tardes en la biblioteca, un lugar extraño y abandonado al que nadie concurría, y así alimentaba su alma y aprendía todos los días cosas nuevas.

Pero Charlotte estaba cansada de todos, ya había llegado al punto de que no le gustaba ser el centro de la burlas, le repugnaba ver como sus compañeros se sacaban los ojos para tratar de demostrar quien era mejor, y le dolía. Le dolía ver que ella era la única diferente y que estaba sola en una cárcel, o colegio como les hacían llamarlo, rodeada de seres aburridos y mecánicos. Todos se alimentaban de la envidia, la arrogancia, de absolutamente todo lo negativo, y ella era quien recibía todos los insultos denigrantes.

Un día, leyendo un libro en la biblioteca observó que en una de las hojas había dibujado un espejo con una niña mirándose en él, y debajo decía “El espejo nos permite ver nuestros propios ojos y a través de ellos podemos ver nuestra alma, ya que estos son la ventana del alma”. A Charlotte le llamó mucho la atención esa frase y se quedó largo rato reflexionando hasta que se dio cuenta de algo muy sospechoso, en Treblinka, su colegio, su cárcel, no había espejos.
A nadie le importaba la idea de que no existieran los espejos ya que todos nacieron allí y probablemente nunca habían visto uno. Charlotte sí había visto espejos, pero uno dentro de Treblinka se olvidaba de las costumbres más humanas como mirarse al espejo para peinarse y esas cosas superficiales, que aparte, a ella no le interesaban en absoluto.
Arrancó la hoja, guardó el libro en su respectivo lugar y luego salió corriendo para que nadie la viera, estaba llegando tarde a almorzar y no quería recibir un castigo. Más tarde seguiría reflexionando sobre el asunto.

Durante la tarde los mantuvieron ocupados trabajando, y recién cuando estuvo acostada en su cama pudo seguir dándole vueltas al asunto. ¿Porqué no habría espejos en aquel lugar?. Es decir, para ella ya de por sí era un lugar extraño donde los tenían a todos encerrados y les lavaban el cerebro, no era tan extraño que no hubiera espejos, pero sin embargo para ella sí lo era. Y más ahora que esa frase rondaba por su cabeza.

Se levantó de la cama y caminando en puntitas de pie se escapó sin que nadie lo notara, ya tenía experiencia, las primeras veces la habían atrapado y la habían castigado, pero luego fue adquiriendo habilidad y por lo tanto lo hacía todas las noches para ir a leer a la biblioteca. Una vez fuera de la habitación miró a su alrededor para asegurarse de que todos estuvieran durmiendo, luego comenzó a investigar.
Primero fue a los baños donde se supone que debería de haber espejos, pero no había rastros ni siquiera de que alguna vez hubiera habido uno y que luego lo hubieran sacado.
“Que extraño” pensaba Charlotte.

Siguió caminando por los helados pasillos de Treblinka hasta colarse por lugares que nunca había visto antes, seguramente estaría prohibido pasar por allí.
De repente vio una puerta que llamó su atención, simplemente por ser diferente a las otras. Esta puerta estaba hecha de una madera reluciente y tenía talladas figuras hermosas, sin dudas era distinta a las demás puertas grises y lisas.
Asombrada se acercó y giró el pestillo, pero como era de esperarse la puerta estaba cerrada con llave, forcejeo un par de veces pero no pudo abrirla. Desanimada se dio media vuelta y siguió recorriendo pasillos, pero todos los caminos que tomaba llevaban a la misma puerta, y cada vez que se topaba con ésta intentaba abrirla, pero era en vano.
Cuando ya estuvo cansada volvió a su habitación y se quedó dormida.

Al día siguiente, fue hasta aquella puerta para intentar nuevamente abrirla, y lo siguió haciendo durante varios días pero nunca tuvo suerte.
Una noche, después de tantas en las que intentó abrirla con pedazos de alambre, con un tenedor que había robado de la cocina, con el gancho de una percha y hasta con una pinza de pelo, decidió intentarlo con una tijera que esa mañana había robado del taller de manualidades.
Se dirigió hasta la puerta, metió la punta de la tijera en el ojo de la cerradura y forcejeo hasta que para su sorpresa la tranca cedió. Giró el pestillo con cuidado y lentamente fue abriendo la puerta, la habitación estaba completamente a oscuras así que buscó tanteando las paredes el interruptor de la luz. Cuando por fin lo halló, encendió la luz y quedó estupefacta al descubrir que la habitación ¡estaba llena de espejos!. Ahora todo empezaba a tener sentido, en Treblinka no había espejos porque estaban todos escondidos allí. Los había de todos los tipos de tamaño, forma, color y marco, y a juzgar por el polvo que los cubría alguien los había escondido en ese lugar hace mucho tiempo ¿pero quién y porqué?. Muchas preguntas sin respuesta comenzaron a girar en su mente.

Tomó uno de los espejos que estaba tirando en el piso, le gustó por ser pequeño pero con un marco precioso aunque bastante añejado, y se miró en él. Algunas lágrimas rodaron por sus mejillas ¡era increíble como había pasado el tiempo!. Su rostro, su cabello, ya nada era igual a como se recordaba. Después de contemplarse un largo rato, recordó lo que había leído en aquel libro así que prestó especial atención a sus ojos, ¿cómo sería su alma?.
Sus ojos miel irradiaban vida y paz, pero en el fondo tenían un suspiro de tristeza y cansancio. Charlotte abrumada se largó a llorar hasta que quedó dormida allí.
A la mañana cuando despertó se paró por impulso, limpió el polvo de los espejos, tomó el pequeño en el que se había reflejado por la noche y salió corriendo. Sabía que se había ganado un castigo porque no había ido a almorzar, pero no le importó demasiado, tenía que compartir con los demás aquel descubrimiento. En ese horario todos debían de estar en el patio, así que se dirigió a este y se paró en el medio.
Todos los que estaban allí rodeándola se quedaron mirándola fijamente, juzgándola con la mirada, como siempre lo hacían.

-Síganme, les quiero mostrar algo que acabo de descubrir, les aseguro que les va a interesar- ordenó Charlotte y algunos pocos fueron detrás de ella, pensando en que les daría una razón más para reírse de ella.
Charlotte los dirigió a la habitación de los espejos y todos quedaron boquiabiertos.

-¿Que son estos?- preguntó uno de sus compañeros completamente sorprendido
-Son espejos, sirven para mirarse a uno mismo, ¿nunca quisieron saber como los ven los demás? –todos asintieron con la cabeza- bueno, esta es la forma, mírense en el espejo
-¿Cómo se hace?- preguntó otro del montón

Charlotte se acercó a uno de los grandes espejos y se puso de frente, “así, prueben” explicó. Acto seguido todos hicieron lo mismo, pero algo muy extraño ocurrió.

-¿Cómo lo haces Charlotte?- preguntaban

Era extraño, nadie se reflejaba en los espejos, pero ¿qué explicación podía tener?, ¿cómo era posible que alguien no se reflejara en un espejo?, tal vez estaban fallados. Pasó por delante de cada uno para asegurarse de que funcionaban, ¡todos la reflejaban! pero a los demás no. ¿Cómo podía eso ser posible? ¡Sus compañeros no se reflejaban en los espejos!. Charlotte empezó a reflexionar sobre el tema, su cabeza daba mil vueltas pero no encontraba respuesta.
“El espejo nos permite ver nuestros propios ojos y a través de ellos podemos ver nuestra alma, ya que estos son la ventana del alma”. Recordó aquella significativa frase y creyó comprender lo que ocurría allí, sus compañeros no tenían alma. ¡Pero de todas formas deberían poder verse al espejo!.

El aire se tornó pesado, Charlotte se encontraba mareada y perdida, no podía comprender aquello, no entraba en su cabeza que le daba vueltas.

De repente todos se dispersaron y salieron corriendo, pero ella seguía allí, sentada en el piso tratando de encontrar una explicación. Sintió pasos que se acercaban a ella, pasos fuertes que hicieron que su cuerpo se estremeciera, probablemente estaba en graves problemas. Levantó levemente la cabeza y se encontró con la directora parada a unos pocos centímetros justo en frente de ella, tragó saliva y antes de que pudiese dar una explicación o una escusa para no ser castigada, la directora se agachó hasta quedar a su altura y mirándola fijamente a los ojos, con voz aterradora le dijo: “Bienvenida a Treblinka, la fábrica de fantasmas”.

jueves, abril 25

Hamaca lunar

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Me perdí, bajo la luna, oía los aullidos de los lobos azules. Caminando sin sentido, ni dirección, me tiré en el piso y contemplé las estrellas con mi caleidoscopio. Paz, todo era paz, y el canto de los lobos era música.
Algo en mi interior se removió. Me paré enérgica, saqué una escalera de mi bolsillo, la apoyé contra el tronco de un árbol y comencé a subir.
Subí, subí hasta tocar las estrellas, saqué de mi mochila una hamaca y la colgué de la luna.
Me senté y me hamaqué eternamente.

Caí

Como presa,
caí,
al rojo vivo
en tus garras.

Anoche
sólo fue un suspiro
en tus vacilantes labios.

Caí,
caí,
y me perdí
bajo la luna.